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2... —EL REGAZO ENSANGRENTADO 143 sólo fué vendido como José, sino despedazado y muerto bárbaramente. Lo que María tiene en su regazo es la carne inmaculada que Ella dió al Verbo divino, con la que lo vistió de nuestra mor- talidad; toda hecha jirones, empapada en su pro- pia sangre, pero siempre unida a la divinidad. Por esto María la adora, la besa, la riega con sus lágrimas; es Jesús su hijo; el testimonio auténtico del amor infinito que tuvo a los hombres; la prue- ba de la Redención; la garantía del rescate paga- do por los pecadores; la tremenda realidad de cuanto Ella, la santa Madre, había soñado en los treinta y tres años de espera hasta llegar a la hora trágica. La Virgen lo acepta todo y aprende en aquel libro abierto por todas partes lo que valen las almas y la medida sin medida del amor de todo un Dios. La primera vez que nuestra ma- dre Eva pudo apreciar en su terrible grandeza la falta cometida en el paraíso, fué cuando vió la muerte en su querido hijo Abel. Ante aquel cadáver entendió claramente la realidad y la índole del mal causado con su deso- bediencia, y la espantosa verdad encerrada en la sentencia divina. Pero ella veía delante el cadá- ver de un hombre, mas la Virgen Santísima con- templaba el cadáver de un Dios: pudo por ello apreciar mejor que Eva la gravedad del pecado y la verdad aterradora del castigo merecido. Ya- cía Jesús sobre las rodillas de María en aquel mo- mento, con toda la grandeza de su divinidad y con todo el peso de nuestras culpas. Solamente un altar hecho de intento para sos-
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