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140 LA MADRE DE CRISTO el cuadro terrible y desolador que contempló la Virgen, iluminado todo con la luz de lo sobrena- tural y divino. Ella estaba metida en la hoguera de amor que devoraba la vida de Jesús, y se consumía en el mismo fuego. Todos los trabajos, tribulaciones, dolores, ca- yeron en aquel fuego ardiente, oprimieron co- mo una montaña de abrojos y espinas a Jesús y a María y... a poc> quedaron reducidos a un pu- ñado de cenizas; el divino incendio lo había consu- mido todo y Jesús moría con seo de más tormen- tos, y María vivía dispuesta a recibirlos para nuestra salvación. Por eso cuando al pie de la Cruz María fué invitada por Jesús a poner en nosotros sus maternales ojos y tomarnos bajo sus cuidados, la Virgen se sintió invadida de una ola inmensa de conmiseración, nos adoptó por hijos, y podemos llamarla Madre. El secreto de la fuerza Todos los abrojos de nuestra vida, nuestros dolores, nuestras penas, se convierten en suave y casta ceniza que no ofende, en cuanto los acep- tamos y los echamos en ese incendio divino donde arden juntos los corazones del Hijo y de la Madre. Este es el gran remedio para nuestros padeci- mientos: envolverlos en el amor divino y sobrelle- varlos ayudados del amor maternal de María; des- ya
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