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138 LA MADRE DE CRISTO María al pie de la Cruz Se produjo entonces un silencio majestuoso: toda la creación se paró delante del Altar donde se ofrecía la Sagrada Víctima. El sol negó su luz a la tierra; ésta se conmovió; el silencio fué so- lemne y dejó oir bien los postreros latidos del Corazón agonizante de Jesús y los latidos de aquel otro corazón inmaculado que desde el pie del Santo Madero pugnaba por romper sus pri- siones y subir al patíbulo y abrazar a su Amado. Solamente María dió alcance a la significación horripilante de aquella escena. Estaban Madre e Hijo en el punto de cita que el Padre les había señalado cuando en el Templo fué presentada la Víctima. La espada anunciada por el anciano profeta tocaba con su empuñadura el pecho de la Virgen, y el acero asomaba en la parte inferior de su corazón, perfumado con el dolor humano nunca superado. Caían al suelo, a un tiempo, la sangre divina y las lágrimas de Ma- ría, formando al juntarse el bálsamo de la Reden- ción. Jesús estaba pendiente entre el cielo y la tierra con la que se comunicaba mediante la Vir- gen Madre, allegada cuanto podía al Santo Ma- dero, firme en su puesto de intermediaria. Ella había comenzado su incumbencia altísima con el Fiat de la Anunciación; lo había pronunciado amorosamente durante toda la vida de Jesús, conforme iban presentándose las exigencias de aquella primera aceptación, y Dios quiso que

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