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DE CARA A LA CRUZ 137 mente con el amor de Dios en el corazón y la ple- garia en los labios, es todo lo que se nos exige. Prevengamos sinceramente las dolorosas esta- ciones que hemos de atravesar a nuestro paso por la tierra; anticipémonos a ellas con la volun- tad para no caer bajo la acción de lo imprevisto. No está escondido el sendero que hemos de reco- rrer; cada vida tiene su cruz propia: la realidad de nuestro estado y profesión señala, como con el dedo de Dios, los sacrificios que se nos piden. Por no ver así las cosas hay muchos que se car- gan con penosas obligaciones, aceptan pesadas responsabilidades y se fatigan en empresas ago- biadoras que nadie les pide, y se les hacen lleva- deras; pero en su deber, en su camino, en su cruz no muestran aquella valentía; sus arrestos se convierten en timidez, y se quejan y se lamentan de lo pesado de la cruz que Dios les ofrece; ¡¡ellos que parecían incansables en cosas que eran de su propia elección!! Fáltales sinceridad para con Dios; se engañan a sí mismos; corren mucho, pero fuera de camino. Lección admirable nos da la Virgen de esta sinceridad, de este concepto preciso de sufrir con Dios y por Dios, tomando el mismo camino de la amargura que Jesús recorre por nuestro amor.

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