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136 LA MADRE DE CRISTO ción de los hombres y por la voluntad de Dios; pero aquí Ella toma la iniciativa y parte en busca de la cruz. Sigue a Jesús humillado y erucificado, con ansia infinita de participar de sus penas. Actitud gallarda y elocuente de María, en la que podemos aprender una hermosa lección. Oye- se de continuo lamentarse, aun a personas bue- nas y piadosas, de sus tribulaciones: dicen que no tienen día bueno ni gozo cumplido; que les persigue la desgracia; que todo les sale mal y parecen agobiadas por un fatalismo enervante. Se quejan de tener que seguir un camino lleno de cruces, y quisieran, pero no saben cómo, esca- par de ellas. Miren a María, y darán con el re- medió para su mal. Ella no se siente perseguida por el dolor; lo busca más bien; no porque sea dolor, por un negro pesimismo, sino porque en él halla ocasión de demostrar lo mucho que ama a Dios; la estimula, además, la voluntad sincera de cooperar a la gloria de su Señor. No se nos manda que aceptemos el mal, ni menos que lo busquemos, por lo que es, sino para hacernos más fuertes que él, para dominarlo, para que nuestro amor a Dios triunfe aún sobre la muerte. Esto es lo que hizo nuestra Santa Madre, la Virgen. Envuelta en humillaciones sin cuento; atropellada indignamente por numerosos ene- migos, podría parecer a alguno víctima de verdu- gos sin piedad, pero... no; es Ella la que se ade- lanta gallardamente y sigue las pisadas de Jesús. Todos tenemos marcado nuestro Vía Crucis des- de la cuna hasta el sepulcro: seguirlo eristiana-
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