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a + e A eii. Eds 134 LA MADRE DE CRISTO Aprendamos del tercer dolor de María a temer siempre tan terrible pérdida. En el camino del Calvario Cuando la Virgen, recién hecha Madre de Dios, entonó el hermoso Magníficat, reconociendo ju- bilosamente las cosas grandes que el Omnipoten- te había obrado en ella, y pronosticando las ben- diciones y las aclamaciones de lás generaciones to- das, dió público testimonio de la misericordia de Dios para con Ella, humillándose en su divina presencia para que sólo a Dios se atribuyera toda la gloria de sus obras. Esta misma humildad y este mismo reconoci- miento amoroso fueron los afectos que la deter- minaron a salir de su casa y seguir a Jesús escar- necido, calumniado y sentenciado, por el camino del Calvario. Ardía su Corazón purísimo en el amor de Jesús; quería compensar toda la grandeza y la gloria que de El le venía, envolviéndose valerosamente en las ignominias y en el deshonor que cubrían a su querido Hijo; no podía María tener otra luz, ni otro resplandor, ni otra gloria que la de Jesús; obscurecida ésta, Ella quería quedar obscurecida y humillada. Por eso le siguió en todas las doloro- sas jornadas de su sangrienta Pasión, desde el Pretorio hasta el Calvario. Recorrió la Virgen, la primera, este Sagrado Vía Crucis, poniendo sus
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