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e ANTES ES DIOS 1: na gloria, quedó inmolada en el repliegue más puro y más íntimo, como que se le exigía renun- ciar al privilegio de su maternidad. Saquemos para nuestra enseñanza esta conclusión del ter- cer Dolor de María. ¿Qué son, ni qué valen to- dos los sacrificios que pueda ambicionar nues- tra cooperación a la gloria de Dios, comparados con la prueba de extremado rigor a que se so- mete María, al renunciar a todo, porque con ello da gusto al Padre. ..? El gusto de Dios es la regla inmutable del bien; nuestros gustos, como sentidos por un paladar viciado, son casi siempre sospechosos de mal; por lo mismo es un acto de adoración entender y aceptar que ha de predominar en nuestra vida lo que a Dios agrada sobre los afectos de nuestro pobre corazón, aun cuando se trate del amor más puro, que es el de las madres. Solamente aquellos que no aceptan cambiar a Dios por ninguna cosa creada merecen poseerlo para siempre. Por el contrario, los que ofenden a Dios y lo dejan por un apetito de la tierra, por un placer o interés caduco, sabiendo que no lo pue- den retener más que unos instantes, ¿qué harían si ese placer o gusto no hubiera de acabarse.. .? ¿con cuánta mayor violencia y frenesí se aparta- rían del Creador y amarían a la criatura? Esta voluntad desordenada es la que se castiga con la pérdida de Dios en el infierno, ella justifica el abis- mo que con la muerte queda abierto entre el pe- cador y el cielo. Quedarse definitivamente sin Dios, es el castigo eterno del malo,
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