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132 LA M ADRE DE CRISTO 2 tampado una frase para llevar la atención del lector. Cuando la santa Madre, radiante de gozo, ve con sus ojos al Hijo que buscaba, en medio de los Doctores, haciendo preguntas que causaban la admiración de todos por la sabiduría inusita- da que mostraban, avanza resuelta hacia El y le dice con cariño, con íntimo amor, entre beso y beso: «Hijo mío... ¿por qué lo has hecho así. ..?» Jesús le da la respuesta única que encerraba todo el misterio de la prueba a que había sometido a su Madre. «¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debo ocuparme preferentemente en las cosas que son de mi Padre? Y María, dice el Evangelio, al oír esto quedó satisfecha y «guar- daba cuidadosamente estas palabras rumiándolas en su corazón Era el preludio del sacrificio de su divina ma- ternidad que Dios le pedía para su gloria. Cuan- do llegue la hora señalada deberá entregar a Je- sús definitivamente al sacrificio, inmolando Ella su corazón de Madre; porque antes que Ella es- taba Dios, estaban su gloria, sus intereses. María adora desde luego el pensamiento divino; ofre- ce sus derechos de Madre; y, puesta a acompañar al Redentor en su obra de la reivindicación de la gloria del Padre, queda desde entonces asocia- da al dolor más agudo entre todos los que sufrió Jesús: sentirse abandonado por su Padre. Su hu- manidad santísima tuvo en la Cruz una sensa- ción terrible como si Dios se alejara de ella. Así la Virgen al verse abandonada de Jesús y saber que ello era necesario a los intereses de la divi-
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