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126 LA MADRE DE CRISTO o lo que por El sufrimos con el reloj del tiempo. Abarquemos con el entendimiento y con el cora- zón el sufrimiento, atentos solamente que es para el Señor. No le agradan esas almas que regatean lo que le ofrecen y pretenden encerrar los pla- nes divinos en apreciaciones humanas. La huída a Egipto Ya hemos podido apreciar el intento de Dios haciendo saber a la Virgen la historia de su martirio, cómo quiso dejarnos en Ella un modelo insuperable de amor y resignación a la Cruz, an- ticipándose a aceptarla con sano optimismo. Je- sús que era todo el amor y la razón de vivir de María, fué desde la pavorosa previsión de su Pa- sión y muerte toda la causa y única del sufrimien- to de María. Pero, por si el instinto maternal, fa- talmente idealista para soñar siempre lo mejor para el hijo amado, podía en algún instante mecer el pensamiento de la Virgen en halagiieñas ilusiones sobre lo porvenir de Jesús, quiso Dios que, luego, muy luego, la persecución dejara com- probada prácticamente la espantosa exactitud de la profecía de Simeón. Hubo un rey intruso y sanguinario que vió en el Niño de Belén un competidor peligroso; y, sin vacilar se lanzó contra él, anticipando, a su modo, el tiempo de la Redención. Tuvo miedo a perder el trono, ese miedo le inspiró la matanza de los

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