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PROFECÍA DEL ANCIANO SIMEÓN 123 gre y su vida, el Padre Eterno el perdón y la misericordia. Así es como se estipuló ante el altar el gran concierto de reconciliación entre Dios y los hom- bres. Desde entonces comenzó el incruento martirio de María. Sabe que se lo entregan como a nodriza para que lo críe mientras llega la hora de entre- garlo a la muerte; parécele oir de labios de Dios aquel encargo que la hija de Faraón dió a la ma- dre de Moisés cuando lo sacó del Nilo y lo confió a sus cuidados: «Accipe puerum istum et nutri mihi: ego dabo tibi mercedem». Tal es el sentido de las palabras de Simeón dichas en nombre de todo el linaje de Adán. Jesús es nuestro y su divi- na Madre nos lo cuida para que un día nos rescate de la servidumbre de nuestros pecados. María entró en el Templo llevando a Jesús en su pecho como precioso joyel que la embellecía, y al salir lo lleva como un hacecito de amarga mirra: has- ta entonces lo criaba para su consuelo; desde en- tonces lo criará para su tormento. Lo saca del templo para emprender con rodeos la subida al Calvario; recíbelo de manos del sacerdote para que un día Judas se lo robe, y con perverso áni- mo lo venda a sus verdugos sanguinarios.

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