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122 LA MADRE DE CRISTO fué madre de la Víctima sagrada; su seno purísi- mo fué el horno donde se coció el Pan destinado al sacrificio. Desde Nazaret al Calvario medimos con nuestro tiempo treinta y tres años; pero ese lapso de tiempo no existe en la mente de Dios; no hay allí interrupción de continuidad entre el proyecto y la ejecución. El Crucificado del calvario es el Verbo Eter- no que se ofreció a morir por nosotros; es el Niño que la Madre Virgen presentó en el templo, donde el género humano todo lo esperaba sentado en tinieblas y sombras mortales. El proceso doloroso del martirio de María co- menzó entonces y tuvo su desenlace en el Calva- rio. He aquí por qué no la sorprende el anun- cio profético de Simeón. Había ido María ante el altar de Jehová a pactar eL mobo de la reden- ción del mundo; sabía que su Hijo divino estaba de antemano consagrado como holocausto, y Ella va al Templo para levantar en alto la Hostia y ofrecerla a las embestidas y atropellos de sus ver- dugos. Jesús sería desde entonces objeto de persecu- ción; quedó en brazos de su Madre por un tiempo, que fué como una tregua durante la cual la Virgen preparará la preciosa Víctima para su oficio. Pero el pacto queda firme, así lo declara en nombre de Dios el anciano profeta. Jesús es el precio de la Redención; la Santa Madre, al ofrecerlo, pone en manos de Dios su dolor maternal, el Padre acepta el holocausto tan magnánimamente ofre- cido; María da su corazón de Madre; Jesús su san-
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