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120 LA MADRE DE CRISTO este mundo de pecado. María era una creación DE POR SÍ, con un destino incomunicable, al que se preparaba sin saberlo, depurando constante- mente su espíritu y su cuerpo, de los que había de recibir el primer aliento de vida humana el Verbo de Dios. En la segunda fase, ese amor ideal de María experimenta la transformación más admirable que cabe en el humano corazón: de amor a Dios, a la pureza, a lo grande, a lo sublime, se convierte en amor maternal a su Dios, hecho Hijo suyo. Jesús encerrado en el seno de María, es como un injerto divino que la traslada a la región de lo sobrehumano; un foco de luz y de amor que la diviniza, puesto que el amor de Dios a su ceria- tura tiene el carácter de amor filial a su bendi- ta Madre. Y mientras el corazón virginal lanza a torrentes la sangre inmaculada y la trasfunde en el Corazón de Jesús, los dos corazones se mue- ven a un solo compás. Oidla cantar el Magníficat, y notaréis en sus acentos el sonido de lo divino que la posee de todo punto. Y cuando Jesús Ni- ño la mira por vez primera, la Virgen goza in- tensamente como de la visión beatífica; cuando la acaricia con sus preciosas manecitas y con ellas desabrocha su vestido para aplicar sus labios an- helantes al pecho virginal, cuando el pequeñín se yergue para alcanzar con sus labios su frente y la besa, y la aprisiona con sus bracitos tiernos, Ella, la Virgen, siente éxtasis y deliquios inena- rrables que crecen cada día y se hacen más ínti- mos cuando Jesús adolescente, Jesús varón per-

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