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VICTORIA DE JESÚS SOBRE LA MUERTE 111 He aquí cómo se acumulan las maravillas en la Redención ultimada en la cruz. No hay duda, Dios quiso morir en lugar nuestro; es esta una inven- ción admirable del divino amor. ¿Quién no ha pensado alguna vez en morir por los que ama. ..? Preguntadlo a las madres... Si,' pues, esta he- roica aspiración cabe en el corazón humano tan menguado y pequeño, ¿cómo no cabría en el co- razón de Dios? Así es que cuando todas aquellas imposibilidades se convierten en hechos, cuando pudo decirse «Dios ha muerto por los hombres», la obra del amor quedó consumada, Es lo que Jesús proclama en la sexta Palabra desde la Cruz, un momento antes de acostarse a morir, colgado de sus clavos, en el regazo del eter- no Padre. A contar desde este solemne instante, todo recibe una consagración nueva: la muerte, que era una humillación, se convierte en un triun- fo; los hombres afirmaban antes la veracidad de sus palabras jurando por los dioses inmortales; pe- ro desde que Jesús murió, juran por «Dios muer- to en la Cruz». El Crucificado es garantía de ver- dad, de justicia y de lealtad. Además, Jesús, muriendo en la Cruz, manifestó al universo entero la predilección que tiene por los hombres; no pudo ser vencido por la malicia de ellos, ni detenido por sus ingratitudes. Así pudo arrancar del corazón humano gritos de admira- ción y de amor, y comunicarle una energía nueva para seguirle con alegría hasta morir por Dios. Todas las grandes virtudes cristianas han naci- do en las almas al contacto del Crucificado; po-

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