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110 LADO LUMINOSO DE LA LOCURA DE LA CRUZ rir, fué, sin escrúpulos, ejecutado en la persona adorable del Salvador. El crimen fué consumado con las circunstancias más agravantes y la más refinada malicia. Meditemos luego si Dios podía exigir más para satisfacción de su Justicia, y veremos que no; que su divino Hijo dió superabundante retribu- ción, que corsumó de todo punto la Redención. Más que en todo, reflexionemos en el sumo amor que palpita en el corazón de la sagrada Víctima, cuando los hombres apuran en ella su diabólico furor y Dios su eterna Justicia, y contemplaremos el perfeccionamiento de la divina caridad. ¡¡Si, Jesús mío!! dices bien: todo está consumado y bien acabado. Ni Dios pedía más, ni nosotros tampoco; habéis llegado gloriosamente al límite de lo posible. No os resta sino morir. La muerte; éste es el gran secreto de Dios para cobrarse el rescate del pecado «stipendium pec- cati... mors». Pero la muerte de un hombre ni la de todos los hombres nada significa ni pesa en la balanza de la eterna Justicia; y no obstante ello, naturalmente hablando, tan sólo el hombre podía morir, después de haber inmolado en las aras de todos los templos, verdaderas hecatombes de animales. La sangre de las bestias, mi el olor de su carne quemada en holocausto, no podía com- placer a Dios: cien veces lo había dicho. Moriría, pues, Dios mismo. Pero aun así, ¿qué solidaridad podría haber entre Dios y el hombre culpable, para que la muerte del primero borrara la culpa del segundo...?

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