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104 LADO LUMINOSO DE LA LOCURA DE LA CRUZ rra sobre las elevadas cumbres de las montañas: ruge a veces la tormenta y quedan ellos envueltos en plomizos nubarrones, y así embozados, se de- satan contra ellos las descargas eléctricas y toda la saña de los elementos, hiriéndolos, carboni- zándolos con rayos y centellas. Mientras en las alturas se produce el estruendo, disípase el nu- blado, descárganse las nubes dejando ver el azul del firmamento, fecundado el suelo con bené- fica lluvia que infunde esperanza a los hombres, mientras el aire fresco y purificado acaricia a los mortales. Jesús en la cima del Calvario es como un pararrayos que arrostra, él solo, todas las iras de Dios. El mundo asistió al espectáculo horro- roso, mudo de espanto, pensando en el castigo reservado al culpable, al árbol seco, viendo la reparación exigida al inocente en el árbol verde y lleno de fruto. Solamente a ese precio quiso Jesús redimirnos, atrayendo luego sobre los de- lincuentes y manchados hijos de Adán las ben- diciones del Padre celestial, habiendo él cargado con todas las maldiciones. Tanto como esto necesitábamos para rastrear a tiempo la malicia del pecado y el odio que Dios le tiene; tanto como eso se requería para saber lo que importa tener a Dios propicio y para formar- se alguna idea acerca del horrible y desespe- rante vacío que debe de producirse en el alma que se condena. Si hemos de apreciar lo que vale Dios, pensemos en el sufrimiento espantoso de su divino Hijo cuando se sometió a su abandono momentáneo para alejar el eterno que merecía el
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