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APROBACIÓN ECLESIÁSTICA y agudamente el autor, en cuanto al entendimiento humano con el socorro del cielo le es dado con- seguirlo, y sin vislumbres de afectación en el len- guaje, pero en estilo correcto y gallardo, realzado por un celo santamente ardoroso, sabe exprimir- los y acierta a mostrarlos a la consideración de los fieles con claridades dignas de singular pon- deración. Presupuesta la imposibilidad de hurtarnos a la herencia de miserias dejada por nuestro pri- mer padre, nada más beneficioso y refrigerante sabe ofrecer a las almas, que el medio, el arte in- falible de trocar las angustias que desde la cuna hasta el sepulcro nos acompañan y de suyo tien- den a lanzarnos por el derrumbadero de la deses- peración, en fuente de paz para la presente vida y en manantial fecundísimo de gloria indecible y perdurable para la vida venidera. A este blanco endereza el autor, principal y vigorosamente, sus conatos; y en párrafos de profunda filosofía, cuando la materia lo requiere así, desenvuelve, al abrigo de la ortodoxia más pura, los diversos puntos que entran en la composición de la confe- rencia primera (la cual, en algún sentido, cons- tituye el nervio, el fundamento en que estriban los demás capítulos del jugosísimo libro), sacan- do a luz por evidente demostración que el dolor no es un fenómeno fatal ni un mal absoluto; an- tes es un bien, un sacrificio y holocausto, de im- ponderable energía expiatoria y con eficiencia para cimentar las virtudes sobrenaturales que subliman y santifican al hombre,
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