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UN NUEVO HOGAR 25 Amada de Dios y de los hombres, reina de hogar noble, madre de ocho hijos, era Joaquina la admiración de cuantos la conocían ; consiguió hacer agradable su conversación y trato a todos, enderezándolos siempre al cielo con ex- quisito tacto y prudencia. La señora de Mas no cambió en nada la fisonomía moral de Joaquina de Vedruna; todas las virtudes de la hija reaparecieron en la dueña de casa, realzadas por la majestad que impone la virtud. Solía, muchas veces, buscar con habilidad modo de quedarse sola en casa, mandando a los criados afuera con distintos pretextos, y libre de miradas extrañas, ejecutaba los quehaceres más humildes: barría la casa, preparaba la comida, fregaba los platos; y cuando, fatigada, sentía sed, bebía agua servida en memoria de la hiel y vinagre que gustó Jesús en su agonía; se inmolaba a la vista de Dios solo. Pero... tenía testigos, testigos aparentemente inconscientes, sus pe- queños hijos, que revoloteaban en derredor de ella mientras trabajaba, que miraban a su santa madre en aquel retiro y faenas radiante de gozo sobrenatural, que ellos sentían como una luz imborrable impresa en su conciencia. ¿ Cómo no había de modelarse su alma para la santidad en aquel ambiente saturado de virtudes? Ya veremos más ade- lante en todos ellos el sello de los besos consagrados de su adorada madre, preservándolos del mundo y de sus vanidades. Asomémonos ahora un instante al corazón de aquella sierva de Dios en un momento difícil. k * * Prueba dolorosa. — Había pasado casi un año de su matrimonio, y todavía Joaquina no conocía a los padres

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