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CONCLUSION Aquí ponemos fin a estas páginas escritas para edifi- cación de las hijas y admiradores de la venerable Madre Joaquina. Es muy fácil hacer el epílogo de este libro. La existencia de nuestra biografiada fué una constante adap- tación a todos los movimientos de la gracia divina. Dios la llevó a su destino, haciéndole pasar por todos los estados en que puede encontrarse una mujer, y en todos ellos la encontramos dispuesta a seguir la indicación de sus deberes en cualquiera circunstancia, quizá difícil, que se le atraviese en el camino; siempre rectilínea, tranquila, sobria, valerosa, sin creer que hiciera cosa alguna que no debía hacer. Es admirable su ecuanimidad en los trances, no pocas veces angustiosos, que la hemos visto atravesar. Para seguirla no hay que fantasear situaciones prodigiosas ni caminos sorprendentes. Es la suya una senda llana, pero sublime por la que va con seguridad a Dios. Empeñarse cada uno en adaptar los gustos de Dios y sus caminos a planes preconcebidos y extraños a la realidad a donde El nos llama, o no querer ver a Dios sino en lo sorprendente y milagroso, como si en ello solamente estuviera el dedo de Dios, es equivocarse desde el princi- pio, y correr mucho quizá, pero fuera de camino. Lo que es preciso santificar, elevar, divinizar, es la vida misma, informándola de lo sobrenatural. Si Dios quiere poner

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