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MUERTE DE LA VENERABLE FUNDADORA 107 que hacía seis días guardaba cama. No había tiempo que perder ; dolores espantosos, el vómito incontenible, el amo- ratamiento y casi ennegrecimiento del rostro de la pacien- te, convencieron a todos de que llegaba la muerte. Acudió también el Capellán, y observando que recobraba el cono- cimiento, que cesaban los vómitos y que la enferma pedía con ansia comulgar, le prodigó este supfemo consuelo, le puso la Extrema-Unción; y manteniendo ella plena conciencia y admirable presencia de ánimo, exhaló su úl- timo suspiro a las once y media de la mañana, rodeada de la Madre Veneranda y de cuantas Hermanas pudieron desentenderse, sin faltar, de la atención de los otros colé- ricos. Existen relatos que parecen aún ecos del dolor de aquellas buenas hijas en la muerte de su Madre, escritos con sus lágrimas, demostrando la consternación que se apo- deró de todas ante la tremenda realidad que no acertaban a creer. Haremos de ello gracia a nuestros lectores, quienes adivinarán sin esfuerzo las escenas que se desarrollaron en aquella alcoba que fué el último peldaño de un calvario tan largo. Contaba al morir la Madre Joaquina del Padre San Francisco, setenta y un años, cuatro meses y catorce días. Hacía más de dos años que estaba inutilizada y apartada del gobierno del Instituto; había deseado morir olvidada y sobre un saco cubierto de ceniza ; no logró esto, no pudo pedirlo en aquel supremo trance; pero sí alcanzó la gracia de que su muerte pasara, por el momento, como desaperci- bida, debido a la epidemia reinante: apareció una de tan- tas víctimas. Pero Dios concedió a sus hijas el consuelo de poder efectuar el sepelio en el cementerio de la ciudad, con todo el tiempo y formalidades deseables; y prosiguieron luego su trabajo y su heroico sacrificio por los coléricos. aa DA DI ca ia IS A A rra ernee

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