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MUERTE DE LA VENERABLE FUNDADORA 105 sino las once de la noche y yo tengo mucho sueño. — Pero me replicaba : — Vísteme, vísteme. — Y así que comen- zaba a vestirla, se sonreía amablemente. En cuanto la tenía vestida, la sacaba de su alcoba, la sentaba en un sillón y le decía: — Ya está bien: ahora ¿ qué hacemos ?... — A lo que reponía vivamente: — San- tíguate y rezaremos el Trisagio —. Esto era siempre. Quedó- se una noche en mi lugar la Madre Veneranda, y como de costumbre comenzó a llamar: — ¡Apolonia, Apolonia ! -— Y contestóle dicha Madre: —No soy Apolonia, soy Veneranda. — Y repuso inmediatamente: — Tanto si eres una como otra, vísteme y... recemos el Trisagio ». Se ve que su devo- ción favorita, la de la Santísima Trinidad, ocupaba toda su mente, y hacía de continuo en la tierra lo que muy pron- to proseguiría en el cielo, cantar el Santo, Santo, Santo. Notemos de paso en esta candorosa relación que la Madre Joaquina asociaba perfectamente las ideas, que no era inconsciente. Su deseo ardiente de recibir la sagrada Euca- ristía creció en los últimos meses de su vida ; y como el Capellán de la Casa de Caridad se resistiera muchas veces y se negara no pocas a llevarle la Sagrada Comunión cre- yéndola adormecida, dijo un día con sereno pesar : «No duermo, y el Padre Capellán responderá ante Dios de no traerme a Nuestro Señor Sacramentado ». Aún relataremos otro episodio familiar de aquellos memorables días, que habla muy alto en favor de las ideas que revolvía en su mente próxima a apagarse para este mundo ; refiérelo así la Hermana Dolores Lluis : « Cierto día, suspirando la venerable enferma por la patria del cielo, mientras sentada en su sillón estaba en el jardín de la Casa, exclamó de pronto : «¡ Arriba, arriba !...» Las e ci a E ico Ri A A A A A a A ió ci
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