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A VELAS DESPLEGADAS 119 luego veremos. Para esto conviene que miremos un mo- mento, con cariño y respeto, el interior de aquel plantel de almas elegidas, núcleo vigoroso que reanimó para una vida hoy secular la obra de la Madre Joaquina. A los apuntes de una novicia, que tuvo la suerte de vivir en compañía de la Santa Madre desde 1848 a 1850, debemos algunas preciosas noticias sobre la estructura moral y espiritual que supo dar al Noviciado, en el cual quería que secultivaran, cad como fundamen- A to de toda la vida religiosa, tres vir- tudes principal- mente : «el espí- ritu de virilidad, de humildad y de diligencia ». « Del Noviciado, decía a la Madre Saba- tés, hemos de sa- car las almas fuer- Vich. — Salón del Noviciado tes, humildes y diligentes » ; eran las características de su propia fisonomía moral sobre las que Dios levantó un monumento de san- tidad admirable, y quería que sus hijas fueran lo mismo. Las anotaciones de la susodicha novicia recuerdan que la Madre solía decirles: «Figuraos, hijas mías, que habéis ido al jardín y habéis cogido un canasto de frutas muy hermosas para regalarlas a un gran señor, a quien debéis muchas atenciones; pero, antes de presentárselas, os vence la golosina de tomar un bocado de cada fruta.

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