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LA GLORIA DE LA HIJA DEL REY 107 de las otras tres hermanas, podemos y debemos suponer lo propio, pues la Madre Joaquina era la ecuanimidad y la ternura en su más nítida expresión. Su hijo don José Joaquín, perseguido por sectarios y adversarios políticos, metido en la cárcel, destituído de su empleo en Barcelona, prófugo en Francia, o despojado de su patrimonio del Escorial, encontró siempre en su madre el paño de lágrimas, la voz de ternura íntimamente consoladora, llevándolo hacia Dios, santificando sus penas y aconsejándole como si no hubiera tenido que hacer otra cosa aquella mujer abrumada de responsabilidades de un orden espiritual incompatible, para la mayoría, con las preocupaciones de carne y sangre. Admiremos, pues, esa unidad de carácter en situaciones tan antagónicas: admitamos de buena gana que, pese a todas las apariencias, doña Joaquina de Vedruna nació para vivir de Dios y para Dios, y lo realizó; pero que al mismo tiempo vivió para sus deberes del mundo, se adaptó a ellos con una ductibilidad prodigiosa, que ha- cía resaltar más su firmeza y tenacidad congénitas. Supo ser firme sin ser exclusivista y obstinada ; supo ser flexible sin ser voluble ni antojadiza. Desde las alturas de su fe religiosa, iluminada constantemente por la oración y co- municación con Dios, pudo desafiar todas las antinomias de su vida ; supo esperar contra toda esperanza ; y si el santo director que Dios le depara la desvía de su camino hacia la soledad del claustro, ella sigue el desvío como tomó la curva del matrimonio para llegar a donde Dios quería; la misma dualidad casi irreductible del objeto propio del Instituto que fundó y de lo que dimos la razón en otra parte, exigió de la Madre Joaquina, con la fijeza de su carácter, la adaptación a cosas tan varias como son

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