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LA GLORIA DE LA HIJA DEL REY 105 sodio justificación a veleidades propias o ajenas en cosa tan seria como la elección de estado. Tomemos, pues, pie de esa aparente ligereza de nuestra heroína y juzguemos luego su fisonomía moral. No es po- sible comprender a un alma estudiándola en un momento de su vida, aislándola del conjunto de lo que le precede y le sigue. En tesis general y discurriendo por lo que común- mente sticede, podríamos decir, sin conocer a la Madre Joaquina, que, o fué ilusa o tuvo debilidad de carácter. Pero, a la altura en que ya nos encontramos en el relato de su vida, sabemos bien que aquella escena familiar marcó el rasgo característico de la Sierva de Dios, sostenido durante toda su accidentada vida. Juntábanse en su espí- ritu dos cualidades difícilmente avenibles, si no es en seres privilegiados: firmeza de carácter a toda prueba y plas- ticidad maravillosa para adaptarse a todas las circunstan- cias que ella, con su fe robusta y clarividente, consideraba como providenciales. Que su vocación al estado religioso era segura y de buena ley, demuéstralo de sobra la tre- menda desazón que de ella se apoderó cuando, contraído matrimonio, se dió cuenta de la realidad insospechada de sus deberes conyugales ; sus lágrimas sin consuelo fueron las que arrancaron del corazón de su esposo don Teodoro el secreto de su juventud tan parecido al de ella, y las que sellaron aquel pacto de divinizar: su estado, haciendo de su hogar el templo de Dios, y de su prole, ángeles adora- dores, como lo hemos visto realizado. La vigorosa revi- viscencia de sus ideales de soledad claustral, al quedar desatada de los vínculos conyugales, proclaman también el arraigo de su vocación primera a los doce años. Pero, a un tiempo, y como si todo ese mundo ideal

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