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Una iglesia aldeana. Una mujer arrodillada ante el confesionario. EL CURA (desde dentro). ¡ Vete, y no peques más!, tu penitencia cumpliste ya; y emprende mejor vida. ¡ Dios te conserve libre para siempre de la dominación de tu malicia! ¡ Vete, no peques más! El te ha devuelto la paz que tu alma henchía y su perdón te otorga sobre toda iniquidad habida! (La mujer sale. El cura aparece y pasea lentamente, de aquí para allá, a lo largo de la iglesia.) EL CURA ¡Oh, bendito Señor! es necesario, que me alumbre tu luz en el camino: ¡tantas manos hay, tantas... que les causan a tus llagas sangrantes más martirio, tantos pies hay, y tantos... que se alejan... de día en día, de tu amado aprisco! ¡ No: sin tu ayuda, doblarán mis hombros al peso de la carga ya rendidos! pero es que yo me siento miserable para todo, e indigno! (Pausa.) ¡El día va a expirar ! ¿Qué acciones buenas, desde que amaneciera te he ofrecido? ¿cuál presente del santo Ministerio te he llevado, Señor? ¿Qué mal designio reprimí? ¿Qué derecho yo mantuve? ¿Qué esfuerzos realicé, ni cuál ha sido la victoria ganada? ¿Cuál la empresa que comienzo una vez, feliz termino? Y para lo mejor, mi esfuerzo es débil,
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