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la voz de un monje que estaba cerca, sobre un asiento pegado al muro, y era tan viejo... tan viejo era, que una centuria llevó en la casa en oraciones y penitencia, entre sus siervos, el más humilde, a Dios sirviendo con vida austera. Y él recordaba bien la figura del monje Félix, y dijo al verla: «Hace cien años, yo era novicio, »y había un monje, santo de veras, pal que la gracia de Dios henchía; ny, ¡ Félix! ¡ Félix! su nombre era, »iy el mismo hombre debe ser este !» Y a la luz clara del día, llevan un viejo libro de color pardo, bronceados cantos, con la cubierta de jabalinas pieles fabrida... y allí los nombres de los. que fueran muertos en la Orden, se consignaban, desde la entonces remota época, en que el convento fué edificado... y en él hallaron que, en cierta fecha, un monje había salido al bosque, sin que los otros más de él supieran, y por contarlo ya entre los muertos «Felix» decía la lista aquella. Tal fué el encanto del dulce canto, que pasó un siglo, según la cuenta, y una hora solo le parecía al que, encantado, vivió en la selva. (Elsa, entrando con un ramo de flores) (46). ELSA Estas flores, no son flores todas para ti cogidas: también son para la Virgen; y para Santa Cecilia.

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