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Quiso con ansia coger el pájaro: pero fué en vano, que, sin espera, se fné perdiendo... se fué perdiendo.. y a la colina lejana vuela. Y, en vez, entonces, de oír su canto, tan sólo escucha la vocinglera campana súbita de su convento que a medio día llamando suena, y el monje Félix, triste y a prisa, de su conveuto tomó la senda! ¡ Mudanza extraña la del cenobio! Nuevas las caras, figuras nuevas, en los de foble viejos sitiales, y nuevas voces el coro llenan: pero es el mismo lugar, las mismas altas y oscuras paredes viejas, los mismos claustros, la misma torre, el campanario y aguja esbelta. Un solitario e ignoto monje el monje Félix le pareciera, y así el hermano que le recibe responde y dice, con extrañeza: «Años que llevo prior de esta casa, »de este convento que está en la selva... »¡ cuarenta, hermano !, sin que recuerde »ver esa cara... ¿Quién sois? Quisiera »saber de dónde venís..., hermano, »a este convento que está en la selva.» Y el monje Félix quedó abatido y dijo en tono de reverencia: «Esta mañana, después de «prima», »saliendo al bosque, dejé la celda »y estuve oyendo de níveo pájaro »el dulce canto... cuando la lengua »de la alta torre, sonó «las doce»; »y lo que un siglo me pareciera, nlo que tan largo creí que fuese, »sólo fué espacio de una hora apenas !» «| Años han sido !», dijo, concisa,
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