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HUBERTO 1 De Oden, allá en la selva; un su colono, sin reparo a la muerte, a la sentencia sacerdotal, llevóle a su familia que de cada comida, hace uña «Cena del Señor»; y esa misma le ha tomado, y ella le cuida y providente vela, en amor hacia él y a Jesucristo. Mas, por favor, ¡entrad !... ¿Cómo a la puerta hospedaría yo de nuestro Príncipe al grande amigo? WALTERIO ¡Un poco tan siquiera !... Mas tú, mi buen Huberto, ve delante, y escánciame una copa, pero llena de aquel licor de mayo perfumado, más que mayo aromática la esencia que le robó a su aliento: y que él gustaba ... Yo quisiera en otros tiempos tanto!... ahora pensar en él. Cuando yo llame, vas al salón antiguo de las fiestas; Invisibles amigos, aéreos huéspedes allí estarán, y tú no los esperas; y aunque ellos no prueban alimento ni tampoco del rico vino prueban, en mis ojos verán sus dulces ojos, y me hablarán sus labios en la fiesta de aquel salón inmenso y ya sombrío... aún lleno de miradas y cadencias. (Apoyándose en el parapeto.) ¡Se fué ya el día y por la vasta e-cena, duérmese el sol, ya de brillar cansado; de sus dardos sin filo el haz recoge, y en dorado carcaj los va guardando ! Aquí debajo, el hondo y verde valle, como copa feliz en que gustamos en nuestra sed el vino, la corriente triunfal del río... allá... que va cr-zando

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