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Pen 291 e log hombres de reconocer la soberanía diabólica como en estas dos últimas centurias: «pronunciamos con respeto tu nombre, Catanás» (Immermann), «me dí al diablo y le amo» (Lenau), «me conviene el infierno, para tomar el cielo por asalto» (Grab- be), «quisiera en mi matrimonio tener por padrino siquiera a Luzbel» (Espronceda), «Dios y Satanás, dos genios gemelos con iguales derechos» (Shelley), «nada menos espantoso que el as- pecto del demonio» (Béranger), «dios traicionado por la suerte y privado de alabanzas, oh, Satanás» (Baudelaire), «salud a tí, Satanás, permítenos ofrecerte sacrificios de adoración» (Car- ducci) y otros homenajes de semejante hechura que se pudieran aducir? Hasta los novelistas católicos contemporáneos le han obligado a pasearse por el mundo de las letras, aun cuando por fortuna no haya sido para blasfemar de Dios, ni menos to- davía para ofrecer a Luzbel el trono o los honores de la divi- nidad. Ya años atrás nos había proporcionado deliciosísimos es- parcimientos Paul Bourget con «Le Démon de midi», donde el espíritu de las tinieblas se limita a su papel de tentador entre bastidores, dejando que actúe en las tablas Mmwe. Calvieres, la cual consigue derribar al valiente diputado católico, intacha- ble hasta la fecha en sus creencias religiosas y en la prácti ca de la moral. Mas ninguna prueba por ventura tan decisiva del papel que desempeña el diablo en la literatura moderna, como la agitación provocada hace todavía muy poco tiempo en cl cenáculo de críticos de la movela francesa por la aparición de un escritor original, que de un salto se colocaba entre los novelistas de mayor talla, gracias a una obra singular en el fondo y muy atrayente en la exposición de los sorprendentes sucesos que pone en escena el autor: Jorge Bernanos. Con el re- cio título de «Sous le soleil de Satan» ha sabido darnos la na- rración sugestiva de la vida accidentada de un sacerdote ende- moniado (poseso), que invierte su existencia en luchar con de- nuedo contra el espíritu del mal y en laborar sin descanso por la difusión del reino de Dios entre las almas de la pequeña parroquia confiada a su solicitud. Momentos hay en que el po- bre cura de aldea se bate a brazo partido con el demonio que se le aparece en forma corporal. En más de una coyuntura viene a ser juguete de las añagazas diabólicas, desviándose del cami- no recomendado por la prudencia cristiana, aunque llevado siem- pre de la más sana intención. El ilustre novelista ha acertado a mantenerse dentro del marco del dogma católico, al poner al alcance de sus leyentes una obra inmortal que, dando de mano a las triviales fantasías de la casi totalidad del género nove-
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