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do 290 — Suerte de desaguisados que arrumaran la obra y los planes del Hacedor, quien los mantiene empero a raya y los fuerza a mio- verse en la órbita que para ellos señalara en el gobierno provi- dencial de los seres de la creación. Y aun cuando su ansia de arrastrar a la perdición a toda la humanidad les lleva a tender lazos sin tregua a las criaturas racionales, y de modo especial a quienes se hubieren propuesto avanzar en el camino de la vir- tud, esa misma inducción al mal contribuye al progreso esp1- ritual de las almas tentadas, como sepan oponerse a los halagos ] de la tentación. Misteriosa política de Dios que obliga a los mismos demonios a «trabajar en algo bueno», según la fras< ortodoxa del autor de la Leyenda Dorada. Quizá más de uno de esos «esprits forts», los cuales olvidan «qu'on les appelle ainsi par ironte», en 1Tase de La Bruyere, se sonría desdeñosamente al observar la manifiesta intervención del demonio en la historia de Enrique de Hoheneck y lamente acaso el ambiente de sacristía que se respira en el poema de Longfellow. Demos de barato haberse utilizado con frecuencia este registro en la literatura miedioeval. Mas no podemos me- nos de hacer constar, aun so pena de extendernos más de lo acostumbrado en estas notas, que nunca ha sido el diablo tan traído y tan llevado como en estos días de escepticismo «con- vencional.» Porque, sin hacer mención del clásico Fausto de Goethe, ¿en cuál de las épocas literarias se han cantado más him- nos a Satanás que en la moderna? ¿ Cuándo como hoy se han escrito composiciones de tan diabólicos encabezamientos: «Mé- moires- du Diable» (Soulié), «The Devil's Walk» (Shelley), «The Devil's dream» (Aird), «Mitteilungen aus den Memoiren des Satans» (Hauff), «Luciler» (Hiel), «Satana e le Grazie» (Prati), «Lucifero» (Rapisardi), «Inno a Satana» (Carducci), «Satana e polemiche sataniche» (Carducci), «Demonio» (Ler- montoff) y otros que omitimos por no hacernos pesados al lector? ¿Cuándo como en nuestros días:se ha vitoreado al demo- nio llamándole «el bello príncipe del mundo» (Immermann), «oh, Satanás, el más sabio y el más hermoso de los ángeles, médico familiar de las angustias humanas» (Baudelaire), «Sa- tanás el Grande, que sólo vive de verdad» (Carducci), «Lucifer, príncipe victorioso que arroja a Dios de su trono con flamigera espada» (Rapisardi) y otras lindezas a este talle que de esas endemoniadas producciones pudiéramos tomar? Verdad es que Marlowe puso en-labios de Fausto esta blasfemia en pleno siglo XVI: «No conozco más señor que Belcebú, a quien consagro toda mi alma»; pero ¿en qué era de. fanatismo se han jactado

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