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2 Bj defiende la tesis del antagonismo entre el Papado y el estudio de la anatomía humana, fundándose en un decreto pontificio (Bonifacio VII) de 1300, donde se prohibe terminantemente cualquier género de mutilación del cuerpo humano y cierra de consiguiente todo camino al progreso de la Anatomía, indis- pensable a su vez para el perfeccionamiento de la Medicina ge- neral. Y a renglón seguido, como quien no- quiere la cosa, se deja decir que los avances anatómicos son considerables en el siglo XVI, o sea, coinciden con la aparición de la mal lla- mada Reforma; llevando de este modo el agua a su molino con bastante poco disimulo de su sectarismo y ningún respeto a la verdad. Así se falsea la Historia! Pues bien. La Bula «De Sepulturis» de Bonifacio VIII, nada tiene que ver con la di- sección practicada para fines científicos, y únicamente se refie- re a la bárbara costumbre medioeval de descuartizar los cadáve- res y descarnar los huesos sometiéndolos a ebullición, con el fin de trasladar los restos de familiares o amigos a su patria, cuando acaso fallecieren lejos de su tierra natal. Es más. Ni siquiera consta la Bula en el cuerpo del Libro Sexto de las De- cretales Je Bonifacio VIII, de donde dice haberla tomado la «Histoire Littéraire de la France», y en la cual apoya el doc- tor White toda su disertación. La Bula está en el apéndice a di- cho Libro Sexto, aparece entre las Extravagantes, y va fe- chada el doce de las calendas de marzo (sexto año de su ponti- ficado) en el Palacio de Letrán. La costumbre condenada por la Bula de marras fué harto frecuente durante las Cruzadas, y se asegura haberse empleado este sistema para trasladar de Egipto a Europa los restos de Luis IX de Francia y de algu- no parientes suyos, y los del emperador alemán Federico Bar- barroja, ahogado en el río Saleph, camino de Jerusalén. A cual- quiera se le alcanza lo antihigiénico de semejante procedimien- to y los peligros que suponía para la pública salubridad. Bo- nifacio VIII quiso cortar de raíz el mal. Y he ahí que, cuando la humanidad debiera mostrarse agradecida a aquella solicitud papal, los adversarios sistemáticos del Pontificado toman el rá- bano por las hojas y alzan un grito de protesta contra el Jefe Supremo de la Iglesia y se rasgan escandalizados sus túnicas académicas, porque con su Bula trata de... oponerse a la disec- ción (111). El doctor White, con desenvoltura impropia de quien ostenta un título universitario, llega a afirmar que «de la in- vestigación anatómica se había hecho un pecado contra el Espí- ritu Santo.» ¿Será cosa de maravillar que la plebe de arnalfa- betos repita a modo de estribillo calumnias de esta hechura con-
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