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sach y Abdénago (Ananías, Misael y Azarías). Lleno de ira Nabucodonosor, mandó encender el horno «con fuego siete ve- ces mayor del acostumbrado» y arrojar a los tres valientes mu- chachos en él. A cuarenta y nueve codos de altura ascendía la imponente llama, la cual abrasó a los Caldeos que se hallaban cerca del horno para cebarlo y dejó intactos a los adoradores del verdadero Dios. (198) Nos sorprende agradablemente .(y no queremos jar de manifestarlo) la actitud de nuestro poeta con respecto 11 la Confesión sacramental. Educado-por ventura en el prot.s- tantismo, cuya doctrina rechaza de plano el valor absolutorio de dicho Sacramento (a pesar de los retoques doctrinales in- troducidos por algunas sectas), pudo haberse dejado llevar del espíritu de partido, como tantos otros plumistas de la acera de enfrente, y permitirse el lujo de lanzar como al desgaire tal o cual concepto incisivo e injurioso contra este artículo de nues- tra santa Fe. Todo lo contrario. Cuando Enrique de Hoheneck se decide a emprender la jornada a Salerno en compañía de Elsa, aprovecha una oportunidad de ver ocupado el confeso mario de la aldea donde moran sus colonos para declarar sus pecados al sacerdote y recibir de él la absolución. Ahora que Elsa se despide de todos sus acompañantes antes de consumo el sacrificio de su vida, comisiona a Enrique para que trans mita a Gottlieb y Ursula su bendición filial, haciéndoles saber que «aquella misma mañana ha rogado por ellos en la iglesia, después de haber purificado su alma mediante la absolución sacramental». Pincelada espontánea que muchos escritores ca- tólicos se hubieran ahorrado en obra de este talle, por juzgar- la innecesaria y... por evitar toda salpicadura de agua bendi- ta. ¡Como si el hombre aumentara de estatura por no querer: se arrodillar! (100) A la vista de Lucifer que, bajo la apariencia de fray Angelo, se dispone a meter mano al bisturí, se nos ocurre decir dos palabras sobre las relaciones entre la Iglesia y la Cirujía, ya que se le ha calumniado a aquella con manifiesta conculca- ción de la verdad. Tan derramada está aun entre las personas ilustradas la idea de haberse la Iglesia opuesto en tiempos pasa- dos a la disección, que cuando no hace mucho todavía se tra- tó de abrir una escuela médica en Nueva York, muchos gale- nos de nombradía se preguntaban cómo habrían de arreglarse los Católicos para el aprendizaje de la anatomía, ya que ten- gan vedada la disección. El doctor White en su obra «A His- tory of the Warfare of Science with Theology in Christendom»
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