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« 282— y al franciscano San Buenaventura, pero su verdadera apo- teosis está en aquellas palabras del IV Conciho de Letrán: «Creemos y confesamos con Pedro Lombardo...» Humanamen- te hablando, no se puede aspirar a una gloria mayor en acha- ques de ascendiente mental. (195) Fácilmente se comprende la rabia y encono con que habla Lucifer del «Buey Mudo de Colonia», como le llamaban a Santo Tomás de Aquirio sus compañeros, a causa de su cons- tancia en el trabajo y lo parco de su conversación. Su argu- mentación cerrada ni admite réplica ni consiente portezuela de escape, y la apologética supo aprovecharse tan bien de aquel sistema filosófico, donde el Doctor Angélico ejercía la dicta- dura, que se le alcanza a cualquiera cómo haya podido excla- mar Jutero al verse acorralado por los de/ensores de la ver- dadera Fe: «Tolle Thomam et Christi Ecclesiam scindam.» Nunca se han avenido los adversarios del Dogma Católico al empleo del silogismo en sus discusiones con los nuestros, por- que la experiencia les ha enseñado que cuando la inteligen- cia camina por los rieles de una lógica impecable, llega a la corta o a la larga a la estación de término de la Verdad. (196) El texto original llama «gan» al lugar donde fueron colocados nuestros primeros” padres, palabra que significa «edén», es decir, «delicias, satisfacción»; de donde San Jeró- nimo lo traduce por «voluptas, locus voluptatis, deliciat», todo lo cual conduce a formarse una idea muy elevada de los atrac- tivos que debió de encerrar el Paraíso terrenal. De ahí que en el afán de descubrir su situación geográfica, se le haya encla- vado en Mesopotamia, Arabia, India, China, Ceilán, las Cana- rias, el Perú y hasta en la misma Europa. La explicación de los cuatro ríos de que nos habla el Génesis es el punto vul- nerable de cada sistema de topografía edénica. De lo que no cabe dudar es haber sido un jardín donde podían disfrutar Adán y Eva de todos los placeres imaginables (excepto de uno pro- hibido por el Criador) y donde no tenía cabida ninguna suer- te de adversidad. ¡Buena nos hicieron ambos, con dejarse en- gañar Eva de la serpiente y Adán de la mujer! (1907) Es una manifiesta alusión al Libro del Profeta Da- niel. Como Nabucodonosor llegase al punto cimero de su seo- berbia, mandó fabricar una estatua de oro de sesenta codos de altura, para que todos los pueblos, tribus y lenguas la adora- sen pecho por tierra, al son de la trompeta, de la flauta, del arpa, de la zampoña, del salterio y de la sinfonía. Negáronse a semejante acto de idiolatría tres jóvenes judíos, Sidrach, Mi-
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