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sonreirse petulantemente en un corrillo de cafetín, hablando a la ligera y por exceso de nesciencia del oscurantismo mona- cal! La figura de Cassiodoro (y no es una excepción conven- tual) bastaría para sonrojar a esos ilustrados de hojalata y ba- chilleres de redacción... ¡si por ventura fueran capaces de esa manifestación fisiológica de dignidad personal! (1903) No nos sorprende que el demonio se burle de lo que él llama Escolasticismo, cuando lo que nos presenta no es en realidad sino la degeneración de aquella gran escuela. filosófi- ca que llegó al punto cimero de su grandeza con San Buena- ventura y Santo Tomás. Basta acentuar la nota para convertir el más bello retrato en ridícula caricatura. El afán exagerado de sutilizar llevaba a los cultivadores de la filosofía al plan- teo de cuestiones como las que trae a colación Yu:cifer, Menén- dez Pelayo fustigó estas salidas de tono, mas no por ello se le tome como adversario de la escuela. Con razón le defendía Echegaray en carta escrita a D. Tomás: «Don Marcelino no fué un enemigo del Escolasticismo, como algunos se lo habrán creído: fué enemigo de su abuso y de su despotismo inquisi- torial y didáctico. Seducíale más el ingenio que la erudición, y por eso, a más de su literatura, ponderando a Vives y entu- siasmándose en la filosofía y metafísica suarecia, han creído ver algunos que no alabó bastante a Santo Tomás, el que dió cuerpo y encasilló convenientemente la doctrina con que ya venía hin- chendo la Teología católica, la sabiduría patrística; y no le cabe menor gloria a Alberto Magno.» Es muy explicable que a una mentalidad tan equilibrada como la de Menéndez Pelayo le sacara de sus casillas aquella propensión enfermiza de er- gotizar que acabó por contagiar a las escuelas filosóficas; sien- do causa de su desprestigio y adulteración. (194) Celebérrimo teólogo italiano, nacido en la aurora del siglo XII, cerca de Novara. Hizo sus primeros estudios en Bo- lonia y marchó luego a París, con una recomendación de San Bernardo, y se cree haber sido el primero que recibió el grado de Doctor por aquella Universidad. Andando el tiempo, llegó a ser nombrado obispo de París, y según reza el epitafio de la iglesia de San Marcelo, murió el 20 de julio de 1164. La obra que le dió celebridad mundial fué su «Cuerpo de Teología», y como en ella resolviese todas las cuestiones por sentencias de la Escritura, llatnósele «Libro de las Sentencias», y con el nombre de «Maestro de las Sentencias» es conocido en el cam- po teológico su autor. Tiene la honra de contar entre sus in- numerables comentadores al dominico Santo Tomás de Aquino O rr

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