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-—— 280— A beneficio de los monjes enfermos, recomienda a sus cenobitas la lectura de las obras de Columela donde podrán aprender la cultura de las palomas y demás aves domésticas «quae aegrotis praeparantur»; señala algunos de los religiosos más despier- tos «qui medicam probe callerent artem», imponiéndoles como un deber hacerles duloe y llevadera la enfermedad, y para que los pacientes del monasterio tuvieran todo a la mano, debían los enfermeros no sólo saber recetar, sino fabricar las recetas y estudiar con sumo cuidado la naturaleza y virtud de las hier- bas, para lo cual proveyóles del Herbolario de Diósco- ro, y de las obras de Hipócrates, Galeno y otros cultivado- res de la Medicina. Escribió un Tratado de las siete ar- tcs liberales (gramática, retórica, dialéctica, aritmética, mú- sica, geometría y astronomía). Entre los trabajos de los mon- jes daba preferencia a la copia de los libros, a condición de transcribirlos bien. Satán recibe, según Cassiodoro, tantas he- ridas cuantas palabras divinas escribe un hábil copista. Para que la labor de estos anticuarios, así se les llamaba, fuera más perfecta, escribió a los noventa y tres años un «Tratado de Orto- grafía». Trajo al monasterio obreros” expertos en el arte de la encuadernación, e iluminadores afamados para embellecer las cubiertas, distrayendo él mismo sus ocios con el ejercicio de la pintura. Reunió inmensa biblioteca en su cenobio, hizo tra- ducir al latín muchas obras, entre ellas las «Antigiiedades judái- cas» de Josefo, proporcionó a los monjes tratados valiosos de historia, geografía y cosmografía, «a fin de que (son sus pala- bras) permaneciendo siempre en un mismo lugar, cosa muy recomendable a los religiosos, recorran en espíritu países por donde han viajado los diferentes autores.» Dotó al convento de jardines regados por múltiples canales. Estableció viveros de peces en las concavidades de la montaña vecina. Construyó ba- ños para uso de los en'ermos, realizando a este objeto una mag- nífica traída de aguas, excelente además para la potación. Va- lióse del agua del río para mover los molinos del monasterio, de suerte que de nada carecieran los monjes, a fin de apartar de todos hasta la tentación de trasponer los muros del claustro. Genio poderoso que abrazó todo el conjunto de ciencias divinas y humanas en sus más menudos pormenores. ¡Verdad es que vivió cerca de cien años! Contemplado desde la cima del si- glo XX aquel monstruo de saber y ejemplar de toda virtud perteneciente a la sexta centuria cristiana, asombraría aún a los más familiarizados con las letras aquella sapiencia gigan- tesca y aquella enciclopedia sin límites ni riberas. ¡Qué vale

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