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lerugena merece ser llamado el «padre de los antiescolásticos » (que wuli), ya que su filosotía contiene en germen todas las tendencias que hasta fines del siglo X1l entorpecieron el des- arrollo de la doctrina escolástica. Pudiera hgurar al mismo tiempo como padre de la escolástica en el sentido de haber sido el primero de los escritores medioevales que atribuye a la tiloso- tía la importancia que los escolásticos le habían de otorgar. Sus ideas personales sólo alcanzaron influencia restringida y pernicio- sa. Fué heterodoxo, aunque no hereje, puesto que no de.endió con obstinación errores condenados por la Iglesia. Hasta cierto punto toda la heterodoxia de la Edad Media procede, directa o in- «directamente, de Juan Escoto; de suerte que si quisiéramos identificar la filosofía escolástica con la filosotía ortodoxa, leru- gena debiera ser proclamado con derecho «padre de la anties- colástica». Igmóranse las fechas de su nacimiento y de su muer- te, pero es figura histórica que pertenece al siglo IX. Tampoco se sabe si fué tonsurado, monje o simple lego, viendo la suya una de las personalidades más nebulosas de la historia. Miguel el Tartamudo fué emperador de Constantinopla, y murió en 829, habiendo subido al trono en 820 y siendo uno de los me- jores generales de su tiempo. Poco más pudiera añadir en su loor. Agradezcámosle no obstante habernos remitido un ejem plar del pseudo-Areopagita, obra que había de llegar a ser tan celebrada en la cristiandad. (182) Aquí incurre nuestro poeta en un imperdonable error, al confundir dos personajes tan distintos por sus doctri- nas filosóficas y a quienes la cronología histórica separa con la respetable distancia de cuatro centurias: Juan Escoto, apo- dado lerugena, y Juan Duns, llamado Escoto, una de las figu- ras más relevantes de la escuela franciscana, cuya celebridad popular es debida a su condición de defensor invencible del mis- terio de la Inmaculada Concepción. Por otra parte, Juan Esco- to es trlandés, según se ve por la etimología de Jerugena, que en griego viene a decir «oriundus ex insula sanctorum», nom- bre con que se conoce en la historia eclesiástica a Irlanda; mien- tras que Juan Duns es escocés, origen que erróneamente hán atribuído algunos (entre ellos Mateo de Westminster) a Juan Escoto, escribiendo de él: «Magister Joannes, natione Scotus.» Como to todos los escritores estuviesen por ventura fuertes en áchaques helénicos, se vino a corromper el apelativo lerugena en Eriugena, con objeto quizá de aproximarlo a la voz Erin (Irlanda); y ya que a la «u» se le diera por aquel entonces co- munmeénte la forma' de «y», se originó después Erygena y más 18
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