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Lucca fué la primera que en Italia tejió la seda y al alborcar la edad Moderna ocupaban la serimcultura y las fabricaciones sé ricas muchisimos miles de operarios de uno y otro sexo. Los loqueses son célebres en toda Italia por su ardor en el trabajo, y suelen emigrar periódicamente en gran número de Lórcega para realizar las faenas de la siembra y la recolección en lugar de sus holgazanes propietarios. Algo más al norte de Lucca es donde, según se dice, hablan el mejor italiano popular, superior aun al de Siena por la suavidad de sus guturales; y en dicha región es donde el duloe genio toscano ha producido sus más hermosos cantares, (179) Han sido llamadas las centurias correspondientes a la edad Media «siglos de oscurantismo» con ligereza incom- prensible en quienes se dedican a investigaciones históricas. Sin duda para algunos espíritus superficiales no existe cosa digna de estimación, como no sea coetánea del vapor y de la electri- cidad. A esos tales les recomendaríamos la monumental (no pre- cisamente por su yolumen, sino por el contenido) obra de Walsh, «The Thirteenth, the Gneatest of Centuries», y a menos de te- ner de todo en todo nublada la inteligencia por la opaca en- voltura del sectarismo, acabarían por reconocer con el ilustre escritor estadunidense la superioridad indiscutible de aquella centuria medioeval. El número de estudiantes que acudían a las Universidades y centros particulares de enseñanza, cra in- calculable. Maestros se daban que reunían en torno de su cá- tedra treinta mil oyentes, lo cual revelaba por una parte la es- tima en que tenían a los hombres de ciencia, y por otra la fie- bre de saber que se había apoderado de aquella generación. Los discípulos defendían acaloradamente las enseñanzas de sus res- pectivos catedráticos, y con frecuencia se registraban disputas públicas, donde cada contendiente procuraba poner en juego su ingenio e ilustración para llevarse la corona de laurel. A las veces aparecían retos en las puertas de la Universidad o Cole- gio, y por lo común no faltaba quien recogiera el guante, dán- dose el nobilísimo espectáculo de discusiones filosóficas ante miles de oyentes, a los cuales correspondía de ordinario el pa- pel de juez. Y cuando en nuestros días no hay quien reuna más de mil personas sino al anuncio de un encuentro de boxeo, de una corrida de toros o de un campeonato de «foot-ball», se creen ciertos ilustrados de arrabal autorizados a motejar de «oscuran- tistas» a siglos en que todos parecen contagiados de un deseo febricitante de progreso intelectual. Siempre fué la osadía ca- racterística de la nesciencia,
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