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— 266 = dad. El Orador Romano llamó a la Historia «magistra vitae», pero más acertado estuvo a nuestro entender el Conde de Mais- tre al motejarla de «conjuración contra la verdad». (168) Este bordón libra a todos los viajeros que lo lleva- ren consigo de las desgracias y peligros inherentes a los via- jes. Ni ladrones, ni bestias feroces, ni perro rabioso, ni ani- mal venenoso, ni compañero impertinente puede molestar a su poscedor. Consiste en una rama de sauce cogida la víspera del día de Todos los Santos: se le quita la médula y se colocan en su lugar y por orden riguroso los ojos de lobezno, la lengua y el corazón de un perro, tres lagartos verdes (¡cuidado con el color !), los corazones de tres golondrinas que no hayan pa- decido de accidentes cardíacos, siete hojas de verbena recogi- das la víspera de San Juan Bautista y una piedra tomada del nido de una avefría. La extremidad del bastón debe estar guar- necida de un regatón de hierro, y el mango debe ser necesa- riamente de boj, o de cualquier metal, según el capricho de cada cual. El diagnóstico de todo viajero (y si fuere viajante, peor) que antes de salir de casa procura proveerse de un bas- tón mágico, ofrece todas las agravantes del de los portadores de ligas mágicas: si ya no es que están del todo memos, no les falta para ello un canto de real. (169) Ningún caballo podrá jamás dominar al jinete que estuviere provisto a buen recaudo de estas maravillosas ja- rreteras o cenojiles. Deben fabricarse de la manera siguiente, y damos la interesante fórmula a beneficio de los aficionados a la equitación, respondiendo de la eficacia de las ligas cuando se sabe montar como un centauro o puede confiarse en la do- cilidad del animal, e si non, non: se cortan tiras de la pi<l de un conejo joven (creemos que la hembra no vale para cl caso), de dos pulgadas de anchura, y dentro de ellas, debida- mente dobladas, se cosen hojas de agripalmacardíaca recogl- da en el primer grado del signo de Capricornio (¡no asustar- se!) y parcialmente secas. Estas jarreteras se llevan como las ordinarias y... sólo sirven para declarar mentecato de oficio al portador. No descuidarse de consiguiente en la aplicación de la fórmula indicada. ¡Y quienes prestan por ventura asenti- miento gregario a tales necedades, se permiten el lujo de mo- tejar la credulidad en los dogmas de la religión! (170) Lo dice a cuento de la prohibición establecida en la Regla de San Francisco, según la cual sus religiosos no de- ben andar a caballo, salvo el caso de manifiesta necesidad. Más en consonancia está con el espíritu franciscano cualquier

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