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— 205 antigúedad mayor que la de la misma Roma. Cuando los ro- manos se la quitaron a Pirro llevaba el nombre de Maleven- tum, el cual se apresuraron los conquistadores a cambiarle en el de Beneventum, Aníbal la sitió, Totila la tomó y destru- yó, los lombardos la erigieron en ducado, conquistáronla los normandos en el siglo XI, quitóseles Enrique 111, la cedió al Papa, llevó bajo su férula una existencia relativamente tran- quila, los franceses se la .arrebataron para entregarla a Ná- poles, más tarde la elevó Napoleón a principado para obse- quiar a Talleyrand con su donación en calidad de feudo impe- rial, después del desastre de Waterlóo volvió a poder del Papa y pasó el año 1870 a formar parte de la corona italiana, como consecuencia de la inicua expoliación de los Estados Pontif- cios realizada por la Casa de Saboya. Entre sus históricos mo- numentos merece citarse el Arco de Trajano, construído con mármol de Paros. Había en el siglo VI en Benevento muchos arrianos y restos imborrables de supersticiones paganas. Entre éstas era la más arraigada el culto que tributaban a cierto ár- bol tenido por sagrado. Queriendo su obispo San Barbado ex- tirpar la herejía y hasta el recuerdo del paganismo, aprove- chóse del grande apuro por el que pasó la ciudad cuando fué asediada por Constancio II. Hizo prometer a todos los sitia- dos que, de salir triunfantes, arrancarían aquel árbol. En bre- ve tuvo el emperador que levantar el sitio de Benevento y sus habitantes cumplieron el voto con lealtad. En lugar del árbol erigió San Barbado un templo consagrado a la Virgen bajo la advocación de Sancta María in Voto, y fué muy visitado de los moradores de las poblaciones comarcanas. No queda hoy vestigio alguno, si se exceptúa el nombre de la planicie don- de estuvo colocado: Piana della Cappella. No hemos podido averiguar, sin embargo, haber gozado esta capilla de tanta ce- lebridad que atrajera peregrinos de allende los Alpes, como Fray Cuthbert, mi poseemos datos para discutir las afirmacio- nes del poeta, según el cual aquella famosa imagen movía los ojos, hablaba a veces y aun derramaba lágrimas para desper tar en sus devotos la compunción. En cambio, «hemos leído un documento que atribuye al abad Gardino la fundación de la iglesia de Santa María, a la cual concedió grandes privilegios Arechis, jefe de los longobardos, tomándola bajo su amparo y protección. Tenemos tan poca fe en la Historia, y ninguna en la de aquellos tiempos, que no nos sentimos con arrestos para huronear en los misterios de aquella apartada centuria, pre- firiendo dejar al bueno de Vargas la tarea de averiguar la ver-
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