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— 264 — ventuales, provenientes sin duda de tiempos en que la falta de limpieza era casi inevitable, llegaron a las veces a estable- cer errónea alianza entre la mugre y la virtud. Nos duele de- clararlo, mas es un tributo que debemos a la verdad. (165) Este remoquete que pone el poeta en labios de Luci- fer hablando del Papa Hildebrando (Gregorio VII), contra quien tenía grandes motivos de odio y encono, porque había sido el más sobresaliente de los reformadores de la disciplina ecle- sióstica, no se nos antoja el más oportuno en boca del demonio. Que los adversarios de la reforma le hubiesen motejado, como los defensores de las investiduras, de tizón del infierno, tomando es- te apelativo de un juego de palabras de la lengua alemana: «Hó- llenbrand», se comprende; pero que el diablo muestre su animad- versión hacia el santo Pontífice llamándole «Satán», no se nos alcanza la razón. La extraña amalgama de estas dos palabras «santo Satán», nos trae a la memoria la interesantísima obra de René Fiilóp-Miller cuyo título reza: «Der heilige Teufel. Ras- Putin und die Frauen.» (El santo Demonio. Rasputín y las mu- jeres), macizo volumen donde pone el autor de relieve la sor- prendente figura del monstruoso «Pope», que viniendo inculto y mugriento de las estepas siberianas a los esplendores de San Petersburgo, llega a ser el árbitro del Zar, de la Zarina, del gobierno y de la casi totalidad de las aristocráticas damas del imperio moscovita. Quos vull perdere dementat, (166) No es cosa de maravillar que el diablo se alegre en cierto modo de las peregrinaciones, como terreno adecuado para toda suerte de fechorías. Entre los caminantes se establece una suerte de familiaridad, drarto peligrosa cuando personas ide cualquier sexo, edad y condición forman parte de la caravana. La algazara consiguiente a los viajes en cuadrilla, la camara- dería inevitable de individuos que eruzan países extraños con igual finalidad, la convivencia necesaria de quienes caminan formando pelotón y... el demonio que en todo mete baza, han dado siempre sobrado motivo para escenas poco edificantes y en abierta pugna con los fines de una peregrinación. No hay sino recorrer la historia de las Cruzadas, y podría pensarse que aquellos ejércitos se dirigían a la conquista del Ganges o de la Meca, mas en modo alguno a recuperar los Santos Luga- res de Jerusalén. No hay más que sumarse a una de nuestras muchas romerías y... se le cae a uno el alma a los pies. Teo- dulfo combate en un epigrama las peregrinaciones a la Ciudad Eterna, que daban frecuente ocasión a muy lamentables abusos. (167) Ciudad de la Italia meridional que se gloría de una

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