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— 203 — pondiéronle desde la redacción en la siguiente forma: «En nuos tro sentir, son factura del mismo poeta (The hymn is entirely Longfellow 's own), opinión que se confirma con el detenido examen de las coplas, donde las manos pueden ser las de la Iglesia Católica, pero es Protestante la voz. Están escritos en la- tín, pero a nuestro entender, tanto de la lengua como de la idea se rezuma un saborcillo que no es exactamente católico, es decir, se trata de una imitación, donde se echa de menos la espirituali- dad de los himnos de otros escritores eclesiásticos; y la latinidad de los obscenos cantares de Fray Pablo no dista gran cosa de la del canto de los Peregrinos. Acaso el lugar de la escena pudo sugerir el nombre de San Hildeberto, y atribuirle la fan- tasía del escritor un himno más o menos corriente, lo cual se- ría un caso de licencia poética (the consequent use of a hymn which fancy attaches to St. Hildebert's name, a case of poetic licence)». El lector sabe ya a qué atenerse respecto de la pro- cedencia del himno de marras, y puesto caso que el despejar incógnitas históricas es con sobrada frecuencia resultado de la suerte que quizá coloca a nuestro alcance documentos que otro no pudo haber a las manos, sirva a cuantos nos leyeren de norma el error de la publicación inglesa para usar de benig- nidad con estas modestas notas, teniendo cuando menos en cuenta no haber sido nunca nuestro fuerte la historia, y que en los días de la vida fuimos arregostados a hurgar morosa- mente en los anales de la humanidad... por congénita falta de fe en sus atestados. Cuique suum. (164) Según la tradición, sancionada por la liturgia de la Iglesia, la Orden Carmelitana data de la época de Elías y Eli- seo. Los modernos historiadores señalan el año 1155 como fecha de su aparición, y se le atribuye a San Bertoldo, monje cala- brés que vivió en el monte Carmelo. La Orden llegó a difun- dirse rápidamente por Europa, y la simpática devoción del Escapulario del Carmen (entregado por la Santísima Virgen a San Simón Stock) contribuyó considerablemente a ganarle el afecto de la cristiandad. Santa Teresa de Jesús fué la gran reformadora de los Carmelitas, habiendo tenido como auxiliar eficaz en su magna empresa a San Juan de la Cruz. Como la leyenda de Longfellow parece desarrollarse en la primera mi- tad del siglo XIII, se nos antoja un toque local muy oportu- no la aparición del Carmelita entre los peregrinos que se diri- gen a Benevento. Que el poeta nos presente a un fraile no muy aficionado a- las prescripciones de la higiene está desgraciada- mente fundado en la realidad. Ciertas necias tradiciones con-

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