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”— 202— Cujus civis semper laeti, Cujus muri lapis vivus, Cujus custos Rex festivus, In hac urbe lux solemnis, Ver aeternum, pax perennis: In hac odor implens coelos, In hac semper festum melos; Non est ibi corruptela, Non defectus, non quaerela, Non minuti, non deformes, Omnes Christo sunt conformes. Urbs coelestis, urbs beata Super petram collocata; Urbs in portu satis tuto, De longinquo te saluto: Te saluto, te suspiro, Te affecto, te requiro. No recordamos haber leído en parte alguna que hayan servido estos conceptos teológicos tan lindamente encadenados de him- no para los peregrinos de tal o cual región de la cristiandad, pero si la elección es debida al autor de esta Leyenda Dorada, no podemos menos de alabar su exquisito gusto, ya que con dificultad hubiera podido hallar en cualquier otro poeta mc- dioeval versos que al pueblo sencillo sonaran mejor. Cada una de estas oraciones constituye un compendio de teología, y sa- berlas de memoria equivaldría a conocer cuanto el dogma nos en- seña sobre las misteriosas relaciones de la santísima Trini- dad. Muy acertadamente dice el Martirologio Galicano del pre- claro autor de «De Ornatu Mundi»: «Sole clariora sunt ejus scripta.» Para muestra bastaría el citado botón. A título de curiosidad, y en la esperanza de hacernos acree- dores a la benevolencia del leyente, por estar tan sujeto a quiebras este trabajo de aclaraciones históricas que nos hemos tomado por cariño, y simpatía, y admiración, y gratitud hacia D. Tomás Gillín, respetable y respetado Sacerdote que invier- te los ratos de ocio bien gamados de la edad madura en pul- sar la lira para enriquecimiento de las letras castellanas, vamos a poner al alcance de los lectores de la Leyenda Dorada un desliz de cierto periódico inglés con ocasión del himno de fan Hildeberto que acabamos de transcribir. Interrogó por ventura algún escritor a «The Universe» sobre el origen de esos ver- sitos que en «The Golden Legend» intercala Longfellow, y res-

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