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— 39 == inra. De él maána un licor suave, al cual se le atribuye cfcacia para la curación de diversas enfermedades. El emperador Jus- tino mandó construir un magnífico templo en aquel lugar. An- dando el tiempo, algo después de mediados del siglo Xi, funda- ron algunas personas devotas una institución parecida a la de los Caballeros del Santo Sepulcro, con el nambre de Urden Ecuestre del Monte Sinai y de Jerusalén, bajo la regla de San Fenito y con el fín de defender la santa Iglesia y el cuerpo de Santa Catalina. Consagrábanse también a la defensa de los pe- regrinos que se dirigían a Tierra Santa y al sepulcro de la Virgen Alejandrina. Profesaban la castidad conyugal y se obli- gaban a la guarda del sagrado depósito durante dos años con- secutivos. Consistia el hábito en una túnica blanca y llevaban como insignias los instrumentos del martirio de Santa Cata lina. Cuando se extendió el dominio otomano por el Oriente, la Orden fué suprimida, ya que su existencia carecía de fina- lidad. (160) La Escritura no encierra enseñanza alguna atañente al origen del lenguaje, aun cuando le supone una procedencia sobrenatural, pues Adán puso nombres a todos los animales. Asegura, además, el Génesis la existencia de una sola lengua cuando los hombres se infatuaron hasta intentar la construcción de la torre de Babel, y parece, por otra parte, confirmarlo el hecho de la milagrosa confusión de las lenguas con que Dios les castigó. Aun cuando Pereyra y Leusdem dan por seguro haber sido el hebreo la lengua revelada al primer hombre por su Criador, hoy se halla completamente desechada semejante opinión y la filología no otorga preferencia alguna al habla del pueblo escogido. Cada cual es, pues, muy libre de pensar en esto según fuere su antojo. Y no carece de poesía la cándida pretensión de ciertos pueblos que aseguran haberse utilizado su idioma en el paraíso terrenal. (161) No anda descaminado el poeta en dar a Italia este calificativo, porque si en todas partes son numerosos los tem- plos erigidos en honor de María Santísima, en aquella penínsu- la llegan a ser incontables. Entre sus notabilísimos santuarios se encuentra el de Nuestra Señora de Loreto, con la casa habi tada por la Virgen en Nazareth, y en la cual se verificó el mis- terio de la Encarnación. Bastaba la posesión de este solo teso- ro para que pudiera considerarse a Italia como la tierra de la Madre de Dios. Con bastante menos motivo se adjudican a sí mismos los andaluces un título igual. Y conste que goza de nuestras más hondas simpatías esta Mariana emulación, au Y il o AGBÍS pu pS Risa

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