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ho un =i con el demonio por recuperar la «vicaría del obispado», parecen haber sido las fuentes de inspiración de los contratos diabóli- cos llevados a escena en idioma castellano. Calderón en «El Mágico prodigioso» hace a Cipriano vender su alma al demo- nio, entregándole cédula firmada «con puñal por pluma y. con sangre por tinta», para llegar a ser dueno del alma de Justina, que hace a las insinuaciones de aquél oídos de mercader. En «El Esclavo del Demonio» de Mira de Amescua, hace Gil otro tanto, mediante escrituras firmadas con sangre, por disfrutar a su antojo de Leonor. Román Ramírez, en «Quien mal anda mal acaba», de Ruiz de Alarcón, pacta con Belcebú por conseguir el amor de Aldonza, comprometiéndose por su parte a adorar- le como a su Dios. El diablo que interviene en la fabricación del Puente de su nombre es por cierto bastante menos exigen- te y más contentadizo que los de nuestro teatro, ya que se da por satisfecho con quitar la vida al primer transeunte, sin pre- tender siquiera apoderarse de su alma cuando hubiere traspues- to los umbrales de la eternidad. Y es mucho más tonto y harto menos precavido que sus compañeros de Castilla, pues se limi- ta a una simple promesa del monje, mientras los otros exigían a buen recaudo un documento firmado con la sangre del mismo contratante. Que semejantes pactos hayan existido en realidad, por ventura no fuera fácil demostrar, si la labor del historiador se ha de reducir a la tarea de catalogar exclusivamente docu- mentos sin réplica del pasado; pero poseemos testimonios de personas fidedignas que nos aseguran haber tenido conoci- miento cierto de contratos firmados por seres racionales con el espíritu del mal. Nadie está obligado a creerles, mas si utili- zamos para todos los hechos de la Historia la misma vara de medir, tanta fe nos merecen esos atestados como los re'erentes al heroismo de los numantinos o a las aventuras sin cuento de Colón o el Cid. (157) No se nos alcanza por qué Lucifer califica de crimen («for crimes like this» dice el texto inglés) el acto heroico que Elsa se propone realizar con el objeto de salvar la vida del Prín- cipe, ni la aceptación del pobre Enrique, sugestionado con la perspectiva de la curación. El primero ha sido siempre y sera meritorio delante de Dios, aun cuando en él pudiera por ven- tura mezclarse algún sentimiento terreno, extraño a la caridad. La segunda podrá motejarse de egoísmo, si se quiere, pero a nadie le ladrará la conciencia por el hecho de haber aceptado una oferta tan generosa como la de la aldeanita de Odenwald. Todo ello suponiendo que se intentara trasegar la sangre de la 17
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