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E 254—= de Potnponio Mela las peripecias del viaje, donde caminaron de sorpresa en sorpresa a la vista de tantas maravillas de la na- turaleza y tornaron al cabo a sus casas sin que ningún demo- nio montaraz, ni aun siquiera el alma en pena del mismo Pon- cio Pilato, tuviera el mal gusto de molestarles lo más mínimo en aquella encantadora jornada. Las autoridades de Lucerna hicieron con los violadores de la ordenanza una excepción, la leyenda se fué esfumando como las tinieblas a la aurora, y hoy nos es dado disfrutar del delicioso espectáculo que se contem- pla desde la cima del Pilatus: el lago, Lucerna, Righi, San Gotardo, mil pueblecillos, infinidad de picos apuntando el cie- lo, mucha nieve, mucho sol... ¡Parece un sueño! (153) Se halla situado el Puente del Diablo en el monte San Gotardo, a mil cuatrocientos metros de elevación. Famo- so puentecillo construído sobre el río Reuss. Tiene veinticin- co metros y es todo de piedra berroqueña. No posee sino un solo ojo y se apoya por ambos lados en rocas cortadas a pico. A sus pies se despeña un riachuelo de una altura de cincuenta metros, produciendo a la vista las espumosas aguas un efecto sorprendente. Está en el camino que lleva de Altdorf al mon- te San Gotardo. La obra de granito construída en 1830 se de- rrumbó en 1888. Es un paisaje extraordinariamente grandioso, Según tradición corriente entre los moradores de los contornos, el puente del Diablo está habitado por el Hutschelm, duende o vestiglo que arrebata los sombreros a los transeuntes, y, a la verdad, no anduvieron descaminados los iniciadores de la le- yenda, pues es necesario caminar muy alerta para no dejárse- los arrebatar del viento, que sopla en aquellas encrucijadas con ímpetu descomunal. En aquel endiablado desfiladero tuvieron lugar los encuentros de franceses con austriacos y con rusos a fines del siglo XVIII. Manifiesta cosa es que el más exigente de los héroes de aquellas jornadas no podía haber ambiciona- do para su cuerpo sepultura más imponente y duradera, junto a la cual se nos antoja mezquina la tumba de Napoleón en la rotonda de los Inválidos e insignificante la misma pirámide de Cheops. Luego de pasar el puente del Diablo, la carretera asciende zigzagueando penosamente, como reptil que se aga- rrara a los puntos de más fácil acceso para alcanzar la cum- bre sin sucumbir en la jornada. Antes sólo era practicable aquel camino a pie y a caballo, mas ahora pueden transitar dos coches de frente. A principios del siglo XIX era todavía el paso más frecuentado de todos los Alpes. Perdió su importancia con la construcción de la carretera (1820-1832) por los cantones de

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