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espacio disponible, y al verse derrotado, penetra de improviso en un horadado de la montaña; y ya en la dlanada, pasa de corrido un acervo de puentecillos, como chiquilla juguetona que se divierte sorteando los chapatales de la playa, y se deja caer por fin rendido en la estación de Friúelen, a poca distan- cia de Altordí, Muchas cosas bellas se registran en la natura- leza, pero pocas que mantengan el ánimo tan en suspenso como el descenso vertiginoso de un tren eléctrico hasta las orillas de un lago desde una altura de tros mil metros sobre el nivel del mar, 152) El espíritu crédulo de los tiempos medioevales hizo que el diablo jugara un papel importante en todos aquellos lu- gares donde la naturaleza se presenta excepcionalmente bra- vía; de donde no existe por ventura cadena alguna de montañas que haya provocado tantas y tan curiosas leyendas como los Al- pes suizos, en que cada pico, garganta o despeñadero tiene algo misterioso que contar. Enorme macizo, cuya punto más <le- vado pasa de dos mil metros, hállase situado en la ribera oc- cidental del lago de los Cuatro Cantones, desde el cual se sube hasta la cima mediante un funicular y... un paseito a pie, sien- do el monte Esel el punto más frecuentado por los turistas, y desde el cual se disíruta en la contemplación de un panora- ma arrobador. Según cierta leyenda, Pilatos, el vil gobernador de Judea que sentenció a Cristo, se suicidó en tiempo de Calí- gula, y ni el Tíber ni el Ródano pudieron tolerar su vadáver, por lo cual lo trasladaron al lago (seco en la actualidad) que lleva su nombre y está en este monte. Según una variante de dicha leyenda, fué en este lago donde Pilatos se ahogó. Como se ye, los cristianos no le perdonan su desdichada interven- ción en la causa contra el Redentor. Era tal el horror que ins- piraba el Pilatus en la Edad Media, que las autoridades de Lu- cerna prohibiéron el acceso a todo visitante, y los vaqueros alpinos se comprometían bajo juramento a velar por el cum- plimiento de la prohibición. Si alguien quebrantaba esta or- denanza, era incontinente decapitado. Pero a pesar de esta ley draconiana, se propusieron en 1518 cuatro espíritus cultivados acabar con el misterio en que se envolvía aquel monte tenta- dor: Joaquín de Watt, rector más tarde de la Universidad de Viena y alcalde de St. Gall; Oswald Mybonius, Párroco y Pro- fesor de Nuevo Testamento en Basilea; el canónigo de Lucer- na llamado Xylotectus y Conrado Krebel de Zurich. Vadianus (nombre latinizado del primero de dichos exploradores) nos cuenta en elegante latín y en sus Comentarios a la Geogratía
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