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IA ACTA ER IA => DEA sidiendo un corro de danzantes de toda laya, sin que falten el rico y el mendigo, el viejo y el mancebo, la bella y la fea. Hans Holbein el Joven, de la primera mitad del siglo XVI, alcanzó gran popularidad con este género de trabajos y a sus «Ima- gines mortis» debe buena parte de su celebridad. En el con- vento de religiosas de Klingental, en Basilea, existía ya a prin- cipios del siglo XV una Danza macabra pintada en el crucero de la iglesia conventual. En uno de los muros del castillo de Dresde mandó grabar el duque Jorge de Sajonia un bajo relie- ve de veinticuatro figuras humanas y tres de la Muerte, obra que se trasladó más tarde al cementerio de Neustadt-Dresden. También la Danza macabra de Estrasburgo pertenece al siglo XV. Es curiosa la ocurrencia de quien dispuso que se decora- ra con bailes de este talle el interior del puente cubierto de Lucerna, conocido con el nombre de «Miihlenbriicke». (151) Recibe este nombre porque sus aguas bañan los cuatro cantones de Uri, de Unterwalden, de Schwytz y de Lucerna. Qui- zá es el más accidentado de los lagos conocidos. Contemplándolo desde Lucerna, queda a mano derecha el Pilatus-Kulm (2133 m.), y a la izquierda el celebérrimo Rigi-Kulm, unido el primero por un ferrocarril con la capital y el segundo con Vitznau. El Pilatus aparece citado en la Leyenda, y algo más diremos de él en la nota correspondiente. Entre la fila interminable de picos que cierran el horizonte fronterizo a Lucerna, se notan con facili- dad dos hendiduras bastante pronunciadas: la de la izquierda es el Paso (puerto, diríamos en buen romance) de Lukmanier, y la de la derecha el conocido Paso de San Gotarddo, que cru- zaron Enrique y Elsa en su jornada hacia Italia. Descendien- do de este último puerto en dirección de Altdorf, pueblecillo tan interesante en la historia de Guillermo Tell y en cuya plaza existe hoy una fuente que, según la tradición, ocupa el mis- mo lugar del tilo junto al cual colocaron al hijo de Guillermo con la manzana sobre su cabeza, para que sirviera de terrero a su padre, se llega a Andermatt y algo después a Góschenen, donde se penetra en el túnel del ferrocarril, para salir en Airo- lo, al cabo de quince kilómetros de caminata. Por ventura, no hay recorrido más curioso, mi trazado más sorprendete que la vía férrea desde Góschenen a Friielen: va el tren saltando de barranco en barranco; desciende zigzagueando por un monte abrupto, como culebra que se enrosca por el temor de irse al abismo; salta de pronto a un puente tirado sobre otra sima, para trasponer una torrentera y apoderarse de otro pico de ni- vel inferior; lucha con la carretera, por quedarse con el único

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