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Wi aa como ella persistiera en confesar a Cristo, sometiéronla al tor- mento de la rueda y al cabo la hicieron degollar. (146) Es un lapsus calami del poeta. Las Vírgenes de la parábola evangélica no eran siete, sino digz: «Será semejante el reino de los cielos a diez vírgenes, que tomando sus lámpa- ras, salieron a recibir al espoSo y a la esposa.» (Mat. XXV, 1): Y la verdad es que, de haber sido siete, mal hubiera podido el Salvador distribuirlas en dos grupos iguales: de fatuas el uno y de prudentes el otro. Quizás las exigencias de la rima obli- garon a Longfellow a reducir el número de aquella comuni- dad, por juzgar que, aun siendo siete, habría entre ellas fatuas bastantes para deducir la lección de la alegoría. Aunque, a la verdad, tales exigencias no suelen constituir traba alguna para poetás de semejante talla. (148) Lucerna es una ciudad helvética, capital del cantón del mismo nombre, agazapada a ambas orillas del Reuss, allá donde éste sale del lago de los Cuatro Cantones. Viene a ser punto de cita de incontable número de turistas, como centro de excursiones interesantes al Pilatus, al Righi y al lago que acabamos de mencionar. De los cuatro puentes construídos so- bre el Reuss, dos son muy notables por las pinturas con que están adornados, bajo senda techumbre tendida a buen recaudo para resguardar a los transeuntes de las inclemencias del tiem- po. En el Kapellbriicke (puente de la capilla), fabricado en 1333, cuando la madera no había cedido aún a la piedra el pues- to casi exclusivo que en este género de construcciones más tarde llegaría a ocupar, están representadas en ciento veintiún paneles escenas de la vida de San Leodegario y de San Mau- ricio, patronos de la ciudad. A la sazón no contaba Lucerna con una sola casa que no fuese de madera, motivo por el cual se le llegó a llamar en tono de zumba «nido de cigiieñas». En la mitad de dicho puente se levanta una torre octogonal, cono- cida con el apodo de Wasserturm (torre del agua), donde se encerraban en tiempos idos los tesoros de Lucerna y aun a aquellos ciudadanos que se permitían el lujo de perturbar la quietud de los demás. Hoy sirve de archivo municipal. En la época romana, según algunos románticos, parece haberse uti- lizado para faro, de donde quieren derivar el nombre de la po- blación: Jucerna, etimología que tiene más de poesía que de verdad, pues, en sentir de Musegg, no viene a ser el Wasser- turm sino un residio de las murallas levantadas en la prime- ra mitad del siglo XIII. El segundo de los puentes decorados, un siglo más joven que el anterior y al cual se refiere induda-

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