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— 249 — (144) Cuenta la leyenda que una lindísima princesa Suaba se entusiasmó de tal suerte con los cultivadores de la poesía, que vino a ser Mecenas obligado de cuantos bardos se presen- taban en la corte para dejar oir sus canciones. Cierto día le tocó a la vez Vogelweide, y tan profundamente impresionaron sus versos a la Princesa, que quedó enamorada del «minnesin- ger» y juró unir su suerte a la del poeta o cruzar la carrera de la vida llevando en sus manos la palma de la virginidad. Sin su conocimiento, habíase comprometido el padre con Enrique de Hoheneck, y como se negara cerradamente a ello la Prince- sa, quiso su progenitor utilizar el argumento Aquiles y encerró en este dilema su inquebrantable voluntad: «Enrique de Ho- heneck o el convento.» «El convento», respondió la bella Prin- cesita con imperturbable serenidad. Retiróse el padre convenci- do de que a la corta o a la larga mudaría su hija de parecer, ya que entre un bardo y un Príncipe no podía ser dudosa la elección; mas aquella noche trasponía la Princesa el puente levadizo del castillo paterno, y cruzando presurosa los bosques que rodeaban aquella residencia feudal, llamó a las puertas de un monasterio situado en las cercanías, trocó sus atavíos cor- tesanos por el velo de religiosa y sepultó de por "vida entre Jos muros claustrales su desventurado amor. La misma Jeyenda nos la presenta un día como abadesa del convento, y muchos años después muriendo en olor de santidad. (145) Según el parecer de Irmingarda, el umor es el todo en la mujer, ty la verdad es que el tribunal femenino donde se juzgan en definitiva todos los pleitos es el corazón. Madame Stael se expresa en términos parecidos al decrr que el amor constituye un episodio en la existencia del hombre, y es, en cambio, la historia entera de la vida de la mujer. Desgracia- damente, la bella mitad del género humano ha ido cercenan- do una a una las que conceptuaba cortapisas de su libertad y para la «miss» sajonizada de nuestros días, que tan honda- mente difiere de la doncella cristiana de tiempos mejores, la vida es... algo más que un idilio de amor. (146) La simpática Alejandrina no abandonó su casa para ir al martirio, sino que el emperador mandó llevarla a palacio. Como el bárbaro Maximino publicase un edicto imponiendo pena de muerte a quien se negara a sacrificar a los dioses, Ca- talina se presentó acompañada de muchos criados en el tem- plo donde se encontraba a la sazón el emperador y reprochó: le su crueldad. Conducida a palacio, vióse obligada a discutir con cincuenta filósofos, a quienes venció en la contienda, y
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