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A | ARA RI e temido a la verdad histórica, ni ella pudo probar nada contra la Iglesia. Ahí la tiene usted abriendo sus archivos a todo el que quiera leer en ellos. ¡A buena hora sus enemigos han de sorprender pecados en la Esposa de Cristo y deshacer la nota de su santidad! Por el contrario ocultar la verdad es innoble siempre, y siempre peligroso, más en estos tiempos de crítica demoledora». Así se expresan los hombres de fe, como lo era D. Carmelo Echegaray. ¡Y que nos vengan luego algunos ba- chilleritos de redacción a repetirnos su favorita cantilena de ser el Credo patrimonio de los analfabetos! Por ventura son muy contados en toda España quienes pudieran poner la ceniza en la frente de Echegaray en achaques de historia, y aquel hom- bre bueno y sencillo que se pasó la vida y a quien sobrecogió la muerte con el libro en la mano, se sentía, cuanto más estu- diaba, más arraigado en las enseñanzas de la Religión. Con sobrada razón y no poco acierto fustigaba don Carmelo a esos ilustrados de cascarilla en otra misiva escrita a don Tomás: «También entre nuestros amigotes (se refería a cierto grupo) hay aficiones a lectura; pero no son las de usted, amigo bue- no, ni mucho menos. De ellos no verá usted «Longfellowes» tra- ducidos, ni cosa que lo valga: resérvese usted esa gloria y con- tinúe su trabajo para solaz de todos. Y déjese, que ni ahora ni nunca se distinguieron como amigos de ninguna clase de estu- dios, sino, cuando mucho, como gentes tocadas de cierto «di- lettantismo» especial y ostentoso, que es lo más opuesto al ver- dadero espíritu científico, que es espíritu recatado y silencio- so, bien hallado con la modestia y cultivador asiduo del «ars nesciendi», que es el arte que cabalmente ignoran todos esos dementes que andan metidos en esos trotes. Por ambiciosos que parezcan no lo son en realidad, pues a ellos pueden aplicarse, como anillo al dedo, aquellas palabras del desenfadado y va- liente Cristóbal de Villalón en su «Ingeniosa comparación es- tre lo antiguo y lo presente»: «Y que de sólo contentarnos ago- ra los hombres con poco y no querer saber mucho viene la per- dición. Y que ya no hay sabios, ni quien sepa, ni aun quien desee siquiera saber: presunción harta hay. Aquellos varones antiguos por la grandeza de sus juicios pensaban que por mu- cho que supiesen y aprendiesen era ninguno saber, deseoso de saber más, y en ningunas artes se contentaban con poco, mas trabajaban alcanzar la ciencia en toda perfección. Mas ahora en este tiempo no se hace así: mas con dos letras que como de burla sepamos, no queremos más saber, diciendo que nos sobra para nuestra necesidad». (Guernica, 22 enero 1924).
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