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— 246 — (141) No nos ha sido posible dar con el origen, ni aun si- quiera con el significado de estos cuatro versos, de los que el primero y tercero ofrecen el pueril artificio de los llamados «de eco». Acudió el traductor de la Leyenda a su amigo el ilustre Jesuíta P. Zabaleta y recibió de él la siguiente contestación: «El himno o estrofa a que alude, debe dirigirse a la Santísima Virgen, y parece poderse traducir: Rompe el azote de las guerras, danos la fuerza de los amores (caridad y paz), el coro de las verdaderas costumbres, tú, llena de gracias celestiales. En el verso tercero no puede leerse «rorum», puesto que no existe semejante palabra, a no ser que sea un enormé barba- rismo por «rorem», pero aun así no tiene apto sentido. Cambián- dolo por «corum», que tantísimo se le parece, Lace buen sen- tido. «Plena polorum», no veo que ha de tener otro sentido que el arriba dado, tomando «polorum», por sinécdoque, como sinó- nimo de «cielo». Aun así, la frase resulta dura. ¿Cuál sea el origen del himno? No lo sé: sin duda, será alguno de los innu- merables que en honor de la Santísima Virgen se compusieron en la Edad Media y que andan coleccionados en Himnarios», Aun cuando el mismo P. Zabaleta no parezca muy convencido de su ingeniosa interpretación, hemos de reconocer, a lo me- nos, que si non e vero, e ben trovato. Y en ocasiones no se puede exigir más al anotador. (142) Nacido Pedro Damián de Ravena y abandonado por su despiadada madre, dedicóse en su infancia a la guarda de paquidermos domésticos. Gracias a la protección que le dis- pensara un hermano suyo clérigo comenzó los estudios, llegan- do a ser en poco tiempo prodigio de saber. Ingresó en los ca- maldulenses de Fonte-Avellana, donde parece haber escrito Dan- te parte de su Divina Comedia. Muy pronto le condujeron sus relevantes prendas al cargo de Abad, y durante su gobierno su- po comunicar al monasterio el mayor grado de esplendor. Aus- tero por carácter y educación, trabajó enérgicamente en la re- forma del clero, colaborando en la gigantesca empresa del Pa- pa Hildebrando. Su «Liber Gommorrhianus» es obra de vigor y desenfado incomprensibles en una edad como la nuestra, cu- ya hiperestesia va colocando a los predicadores evangélicos en el trance doloroso de subir a la cátedra del Espíritu Santo con mordaza para no decir sino aquello que pueda acariciar los oídos

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